El contador de historias cibernético

Aquiles León

El doctor en desarrollo cuántico, Néstor Fabián Romero Bermúdez, despertó súbitamente. Con el mayor de los asombros, se vio encerrado en una extraña recámara de cristal llena de botones tecnológicos y luces rojas intermitentes en el techo que hipnotizaban sus somnolientos ojos, los cuales sólo reaccionaron, junto con su conciencia, al percibir una humeante fragancia a sándalo que se despejó rápidamente cuando se abrió la transparente puerta de aquella habitación.

Romero salió al pasillo que si bien era blanco y con reflectores destelleantes, dejaba ver otras recámaras de cristal a oscuras detrás de su humanidad e iluminadas delante suyo. Optó por acercarse al primer cubículo alumbrado, observando allí a un hombre cuarentón que en su mano derecha sostenía un lapicero y la izquierda parecía rodear su miembro viril. Precisamente cuando estaba tratando de asegurarse de dicho detalle, escuchó una voz idéntica a la de Sean Connery, pero con eco, la cual le contó la siguiente historia: 

—Doctor Néstor, ese que allí se encuentra se llama Sandro Pajares, pintor de oficio. Destinado a ser un gran poeta, carente de fortuna intentó inmortalizar las flores de sus instintos y no contento con eso, pretendió explorar con la brújula de la ingenuidad el esquivo universo de las metáforas. Al final, sucumbió en internet ante los anzuelos de las páginas de porno de xhamster.com y de xvideos.com. Al final quemó sus escritos y está en lista de espera.

En ese momento, Romero no sabía si era la imagen del onanista literario en el piso la que lo tenía paralizado del susto o el vozarrón que acababa de escuchar, por lo que solo acató a preguntar con tono susurrado:

—¿Qui, qui, quién habla?

—Soy un contador de historias cibernético, —la voz le contestó —pero por favor, doctor Néstor Fabián Romero, siga con el recorrido, avance por lo que más quiera. 

Néstor Romero pensó: lo que más quiero es a mi señora madre Gladys y mi hermano alopécico Juan Carlos, y cómo los extraño. Después de esto avanzó lentamente hacía la otra pieza iluminada, donde estaban recostados y alineados cinco muchachos menores de veinticinco años en el piso. Esta escena inusual motivó al doctor Romero para llenarse de valor y confianza, aspiró profundamente el aire en sus pulmones y preguntó de manera decidida y fuerte a la voz: 

—Y ellos, ¿cuál fue su pecado? 

Ante lo cual la voz se pronunció: 

—Les decían los “ninis” ni estudiaban, ni trabajaban, y contrario al pintor Sandro, no poseían virtud literaria pero ansiaban el incendio del numen poético. Miraban en YouTube documentales con la vida de los poetas malditos y soñaban conviviendo entre el talento y el desencanto. En resumidas cuentas, inéditos y desterrados de la red social de Tumblr, su néctar neuronal terminó en el grupo más olvidado de la red de Facebook. Y su hora de escuchar la última historia también llegará. Prosigamos, Doctor Romero, no gaste pólvora en buitres de poca monta.

Romero no llevaba dos pasos recorridos cuando por su lado pasaron unos insectos gigantes de metal, que por su tamaño le hicieron recordar su infancia y la película de Jumanji del año 1995. Suspiró y cerró los ojos. Los abrió de nuevo cuando escuchó un zumbido cerca y descubrió que una de estas alimañas se devolvió y por unos segundos se puso frente a su mirada, dándole la oportunidad de entornar sus ojos para detallarlo mejor. Fue en este punto que la voz le dijo: 

—Son insectos elaborados con chips nanotecnológicos y sorpréndase, doctor, pues estos avispones cromados intuyen que no son ellos, saben que no han sido larvas ni gotas de capullos, sólo fe, porciones de coltán que vuela para besarse con el olvido y lo inevitable. Ahora, le voy a pedir otro par de pasos y que su mirada escanee con atención a la bella durmiente del cubo de vidrio que sigue.

Néstor Romero lleno de ímpetu siguió la orden del contador de historias y al llegar al cubículo siguiente, quedó absortó y paralizado al mirar en el piso a la mujer más hermosa que había visto en su lejana vida. Una treinteañera, rubia y con un cuerpo perfecto, pero notaba que tenía el rostro sereno de una mujer académica. Todo ese éxtasis se diluyó cuando el cuentista cibernético empezó a relatar: 

—Relájate, doctor, qué te puedo decir, si estoy programado y en este caso solo recuerdo cuando los salmones luchaban contra la corriente y esta los diezmaba. En ese mismo lugar, justo en el nacimiento del río, existía la mayor mina de materia prima tecnológica y allí estaba la mejor novelista que no logró publicar ni un renglón por su afán ambientalista y su membresía de Green Peace. Ella una blogger bloqueada, una instagramera que podía hacer reventar esa red social, nunca lo hizo por ser de la extinta generación Y, anti-tecnológica, interesante y rebelde, para consumar su tonto legado esperó paciente y paralizada junto a la puerta de la mina con su cargamento de explosivo plástico, desovando sus últimas ideas, antes de que el ciborg dejara de apuntarle con su láser. Pero no llore por esa minucia, doctor, que esta historia es la última.

—¿Cómo así? —preguntó Néstor Romero— ¡Un cyborg!, ese también es mi último recuerdo. 

—Eres muy gracioso, apreciado doctor —respondió la voz —ese precisamente es el último recuerdo de todos los habitantes de estas cápsulas criogénicas. Ah, y te aclaro, antes de ti, las habitaciones oscuras eran cincuenta y siete historias de literatos errados. ¡Tú hubieras sido el mejor cronista! Pero no, te dedicaste al servicio público de tu país y a desordenarte cada quincena en los bares con tu paupérrimo salario. Eras el señor Cero, ¿lo recuerdas? Te raptamos en el año 2019 antes de la gran pandemia y estamos en el año 2666. Además, para tu información todos los raptores son cyborgs hechos con el cerebro de escritores que triunfaron, pero murieron a finales de los noventas en el siglo XX y para terminar quiero que mires tu overol blanco, porque pronto los insectos nanotecnológicos darán cuenta de ti para extraerte las células madre de tu espina dorsal. 

Néstor desesperado gritó: 

—¡Soy el señor Cero! ¿Y tú eres Dios? 

– ¡No! Soy el Contador de Historias Cibernético.

Semblanza del autor:

Se define como un burócrata del sector público colombiano, que al tener que tratar directamente con políticos trata de resarcir tremenda falta, cazando metáforas y creando mundos alternos e irónicos por medio de manchas de tinta sobre el papel.