
La puerta
Dan Zamora
Abrí los ojos y me encontré a mí misma encadenada a una gran puerta de madera. Me levanté y la observé, era tan alta que no parecía terminar. De la unión de sus hojas brotaban haces de luz, y por debajo de ella salían un gran número de cadenas, me di cuenta de que esa puerta era “adelante” y el resto era “atrás”, por lo que al darme vuelta, miré hacia atrás.
Nada de lo que había allí era conocido para mí; era solo un infinito salón oscuro, en el que los sonidos se perdían en su enormidad y falta de luz. Miré al otro extremo de la puerta y vi una enorme criatura agachada, meciéndose sobre sus pies.
—No puedo cruzar… no puedo cruzar… —murmuraba con voz ronca y masculina, mientras se abrazaba las rodillas. Parecía que lo había estado haciendo por un largo tiempo.
—¿Estás bien? —pregunté, y mi voz sonó como una intrusa en el impenetrable silencio.
La criatura me miró fugazmente, pero alejó la mirada y continuó con lo suyo.
—No puedo cruzar… no puedo cruzar…
Lo observé mejor y me di cuenta de que era un humano, igual que yo, pero había cambiado. La forma de sus piernas, su gran musculatura adecuada a la posición en la que estaba, y la gran y dura joroba que ascendía desde su espalda hasta su cabeza no le permitía estar en otra posición. Parecía que por evos su cuerpo se había adaptado hasta llegar a esa extraña disposición.
Miré a mí alrededor con más atención y descubrí que no estábamos solos. De esas mismas criaturas humanas deformadas no había cientos, sino miles. Algunas similares en tamaño y estructura al que estaba al lado de la puerta, otros cuyos cuerpos se habían adaptado de formas distintas. Algunos se habían agrupado y tomado las manos y sus brazos, manos y la parte superior de sus cuerpos eran mucho mayores en volumen que sus esqueléticas extremidades inferiores. Y otros, menos agradables, se habían recostado en posición fetal, la mayor parte de su musculatura había desaparecido, y eran casi piel y hueso.
A pesar de las visibles diferencias físicas, algo nos unía, algo teníamos todos en común, la cadena que nos rodeaba a la altura de la cintura. La miré y la analicé. Cada uno de sus eslabones plateados tenía grabada a mano una enredadera en flor, y así con todas las cadenas. Vi una que me llamó la atención, que brillaba impecable entre las demás. Me agaché y la tomé con cuidado, de inmediato se oyó un grito desgarrador que venía de algún punto del salón, aunque muchos no se inmutaron de ello.
—¡NO! —exclamó una voz femenina, furiosa—. ¡Suéltala!
La solté por la sorpresa y la vi aparecer corriendo torpemente entre la multitud. Sus finas piernas comparadas con sus fuertes brazos le daban un aspecto muy particular. Se acercó a mí e intentó golpearme con un trozo de tela, totalmente ennegrecido. Tuve que levantar mis brazos para detenerla.
—¡¿No te das cuenta de que es lo más cerca que estaremos de él?! —gritó—. ¡No se te ocurra tocar mi cadena de nuevo!
Tomó la cadena que yo había levantado y comenzó a frotar frenéticamente el eslabón que había tocado.
—Ella es solo una tonta que no entiende la gravedad de esto, señor… —murmuraba por lo bajo—. Te ruego que me perdones por no poder cumplir con mi promesa de mantenerme limpia en medio de todos estos sucios pecadores…
La observé mejor y comprobé que sus brazos se habían adecuado a los movimientos de frotamiento del trozo de tela, oscuro e impregnado de suciedad.
Me levanté y la dejé atrás, caminé por el gran salón y vi cosas abominables que me hicieron voltear el rostro. Una mujer que aparentemente se había dormido reposando su cabeza sobre su brazo, lo que duplicó el tamaño de este, pero afinó todas las otras partes de su cuerpo, incluyendo su cabeza y caja torácica. Noté que mientras más me alejaba de la puerta, la cadena se alargaba más y más, y que nunca, nunca, podría librarme de ella.
Mientras más caminaba, más cambiaba la gente. Estaban cada vez más esqueléticos, cada vez más deformados y cada vez menos vivos. Llegué a alejarme tanto que solo había temblorosos y terriblemente deformados esqueletos recubiertos por una fina capa de piel, y al mirar hacia “adelante”, la gran puerta se erigía imponente ante el gran campo minado de personas, o pseudo seres sin forma que yacían frente a ella.
Me llevó un largo rato regresar al lugar donde había despertado, caminé despacio, pasando de nuevo al lado de todas las personas que había allí, junto a los que se habían sentado y desarrollado grandes caderas y una fuerte espalda que los mantenía claramente encorvados hacia adelante.
Al llegar una vez más a la puerta noté que esta había avanzado, y que todas las cadenas habían recibido un eslabón más. Fue en ese momento que pude comprender lo que decía aquel hombre.
—No puedo cruzar… —dije en voz baja, para mí misma.
El hombre se detuvo y alzó la vista lo mejor que pudo. Se levantó apenas y caminó dificultosamente hasta mi lado, allí se agachó y volvió a lo suyo. Lo único que pude hacer fue sentarme. Lo pensé un largo rato, intentando encontrar una posición cómoda, que no pueda llegar a dejarme como el resto. Suspiré profundamente y terminé por acostarme totalmente en el piso, boca arriba. El hombre volteó un poco para ver mis movimientos, pero aun así continuó.
—No puedo cruzar…
Así pasaron eras y milenos, y hoy la gran puerta se encuentra más lejos de lo que podrían llevarme mis pies. Mi cuerpo no desarrolló ninguna musculatura extrema, solo se debilitó. Hoy me veo como se veían aquél primer día los esqueletos envueltos en piel. El hombre sigue a mi lado, haciéndome compañía. Se animó a tomarme la mano un par de veces, presa del pánico, cuando alguien que caminaba pisaba su cadena o la mía, pero la soltaba cuando lograba calmarse.
Creo que al fin he encontrado con quién pasar el resto de mi tiempo, aunque eso me cueste repetir las mismas palabras cada cierto período, hasta que mi mandíbula y mi lengua se debiliten del mismo modo que el resto de mi cuerpo. Temo la llegada de ese día con todo mi ser. Hasta entonces solo me queda una cosa que decir.
—No puedo cruzar…
Nacido en Tucumán, Argentina, en 1994, Dan Zamora es un hombre trans, escritor aficionado y traductor inglés-español. Actualmente es secretario de la asociación civil, Ayelén Biblioteca Popular de Cultura LGBT+, donde también desempeña su trabajo allí como bibliotecario.