
La reconciliación
Vampirlykos
“La gente que amas se convierte en fantasmas dentro de ti
y es así como los mantienes vivos.”
Robert Montgomery
“Ahora sé lo que es un fantasma.
Asuntos pendientes, eso es lo que es.”
Salman Rushdie, Los versos satánicos
Se dice que la última visión que se tiene antes de morir es una luz o retrospecciones de recuerdos memorables, pero en el claro del bosque nebuloso y, bajo la tenue luz del ocaso, Sarah vislumbró a Madison, su hija muerta. La adolescente cadavérica la miraba afligida y lucía igual que cuando la vio por última vez en la morgue, hacía un año.
Sarah contemplaba incrédula al espectro filial, mientras era atropellada por el tren de carga de la culpa y vergüenza. Cuando Madison alcanzó la pubertad, su rebelión adolescente frustró toda posibilidad de diálogo entre ambas. Sarah atestiguaba angustiada cómo su hija única irradiaba un aura siniestra.
Madison era aficionada al satanismo, esoterismo y ocultismo. También empezó a beber alcohol, drogarse, escuchar heavy metal, coleccionar arte macabro y grabar con su navaja pentagramas invertidos en su piel y en la puerta del dormitorio.
Una noche aciaga, madre e hija riñeron con vehemencia. Luego, Madison escapó al concierto y nunca regresó. Al día siguiente, Sarah recibió la infausta llamada para identificar el cadáver de su hija, degollado y ultrajado. Esa fue su amarga despedida.
Desde entonces, Sarah clamaba por el perdón divino. La mujer rogaba desesperada por la redención de su agonía y se maldecía por haberla reñido.
El duelo por la trágica muerte prematura de Madison, fue una tortura devastadora para Sarah. Durante el día, era acosada sin tregua por la culpa y vergüenza y por las noches temía el castigo del fantasma vengativo de su hija.
Sarah contrajo nictofobia: dormía de día y se desvelaba. Perdió el apetito y se sumió en la depresión, rindiéndose a la abulia y desidia. Solo pidió ayuda psicoterapéutica cuando el sufrimiento se hizo intolerable.
La psiquiatra le recetó psicofármacos y sugirió escribir una carta de despedida para Madison, pero Sarah nunca lo hizo. También la incitaba a confrontar su nictofobia, tratando en vano de convencerla de que los fantasmas eran ilusorios. Que nadie regresaba de ultratumba para castigar a sus deudos…
Meses después, Sarah se retiró a una cabaña solitaria en Alaska, pese a la desaprobación de sus familiares, amigos y terapeuta. Desesperada, Sarah creyó que su retiro forzoso le brindaría la tan ansiada redención y una pizca de sosiego, pero estaba equivocada. El estrés postraumático seguía afligiéndola y sumiéndola en el alcoholismo y la miseria.
Aunque Sarah había interpuesto miles de kilómetros de distancia entre ella y el cadáver de Madison que se pudría en el cementerio, el aislamiento lo empeoraba todo. Ya había perdido el propósito de su vida y consideraba suicidarse.
De súbito, el aterrador rugido gutural de la osa grizzly llamando a sus oseznos, la sacó del ensueño. El gran hocico móvil y ensangrentado del monstruo, rodeado de un ensordecedor enjambre de moscas, hurgaba con frenesí en las cálidas y tiernas entrañas de Sarah.
El aire nauseabundo estaba impregnado del hedor a sangre, mierda, urea, fluidos corporales y vísceras esparcidas en el frío césped sangriento.
La insoportable fetidez de las terribles fauces babeantes, los gruñidos jadeantes, el repulsivo chasquido de la masticación ávida, con su salpicado sanguinolento de músculo, grasa y esquirlas óseas aunado al horrible crujido de huesos, le inducían a Sarah arcadas violentas.
Los garfios acerados de la enorme osa apresaban y desgarraban la carne trémula de manera febril y sus 200 kg. aplastaban el cuerpo mutilado de la mujer contra la húmeda hierba carmesí. Los alaridos desgarradores de Sarah estremecían al bosque aletargado.
Sarah estaba en choque, congelada de pánico y empapada de sangre y fluidos coagulados. En el paroxismo de la locura, la mujer fue víctima de mareos intensos, ahogo, sed, taquicardia y, con el cerebro hirviente y a punto de explosionar por la jaqueca, rogaba por el cese del martirio.
La osa, mientras la devoraba viva, la miraba con un rostro inexpresivo pues estaba tomándose su tiempo. Los oseznos gemían y se disputaban los despojos.
La mujer torturada no desviaba la mirada del cadáver redivivo de su hija. Sarah estaba rendida a la muerte que ya comenzaba a reclamarla con su abrazo glacial y dejó de debatirse.
La agonía de Sarah, cristalizada en una sola lágrima, furtiva y perlada, se deslizó por su mejilla gélida. Dirigiéndose a Madison, Sarah balbuceó: —Perdóname, Maddie…, y con su último aliento musitó: «¡Te amo!».
Madison, compasiva y sonriente, contemplaba a su madre moribunda a la vez que empezaba a descomponerse con aceleración bajo la negra bóveda celeste hasta evanescerse en una nube de ceniza pestilente, mientras que la lóbrega sinfonía del chirrido de los insectos, el croar de los sapos y el ulular de los búhos rasgaban el silencio nocturno.
Sarah ya no sentía dolor…
Semblanza del autor:
Vampirlykos
Maracaibo, Venezuela, 1972
Escritor de splatterpunk, horror erótico, poesía pornográfica, poesía grotesca, microrrelatista, pornógrafo y vampirólogo. Colaboró con las antologías Flores que sólo se abren de noche (La Tinta del Silencio, 2021), Filias (Unicornio Envenenado, 2022) y Los sueños del cuervo (Alas de cuervo, 2022). Ha publicado también en las revistas Rigor mortis (2021), Materia oscura (2022), The Wax (2022) y Chile del terror (2022). Fue becario y exalumno de David Kolkrabe, escritor colombiano de terror, editor jefe y fundador de Alas de cuervo. Actualmente, escribe dos noveletas splatterpunk: El síndrome de Renfield y Morgan, la vampira, además de Vampirofilia, una antología cuentística vampírica. Desde 2014, reside en Santiago de los Caballeros de Mérida, Venezuela.
Blogger: vampirlykos.blogspot.com
TW: @Vampirlykos
IG: @vampirlykos
EM: vampirlykos@gmail.com