Los extraviados

Rusvelt Julián Nivia Castellanos

Nace otro día de tormentos en este mundo. Desde temprano, salen los nubarrones revueltos con la polución, el clima trepida pesado en la metrópolis. Y la mayoría de gente, sale a la calle para vivir su pesadilla. Cada hombre y cada mujer va por su destino, yendo con su crisis existencial. Pocos hacen cosas buenas. Estos individuos andan enfermos por las afueras. Desunidos, ellos se mueven entre la misma muchedumbre. Por este caos sus vidas transcurren con desconfianza, sufriendo de la cabeza, mas prosiguen por sus rumbos con desesperación.

Sobre mayor apresuramiento, pasan estos ciudadanos a los centros capitalinos. Por ahí pululan por los andenes deteriorados. Ellos se encaminan hacia sus trabajos para expandir esta fea modernidad. Avanzan despabilados, cruzando distintas cuadras de almacenes y centros comerciales. Todos los alrededores los ven plásticos y muy artificiales, notan lo citadino degenerado. Malamente, ellos se vician en esta sociedad de sus propios fanatismos, bajo lo muy peligroso. De hecho a la hora, unos jóvenes trotan hacia las tiendas, pronto van hasta sus cubículos, una vez por allí, abren los portones y se acomodan junto a los mostradores, listos para hacer lo suyo. En breve, pues se ponen a ofrecer unas baratijas y cacharros, solo pensando en tener ambición con dinero hasta lo insoportable, donde para lo peor, se demacran sus caras, muy envueltas de extravagancia.

Así cierto esto sucede en este mundo capitalista; mientras al otro lado del caos, hay unos ejecutivos con maletines, quienes van de camino para los edificios donde están empleados. De rapidez, se apresuran desunidos, rebasan a la gente, voltean en las esquinas, transitan con rabia y hacen mala cara a los desconocidos. Ahora en adelanto, atraviesan las avenidas en medio del tráfico, siendo creídos de personalidad. Inmediatamente después pasan a las entradas de los bancos verdes, recorren varios gabinetes y una vez adentro, se disponen a laburar para el dinero. Ya sentados, junto a sus escritorios, manipulan los cheques con las finanzas, porque deliran por ser poderosos, hasta quedar alocados.

Mas por supuesto, debido a estos defectos, hay unas legiones de viejos en el centro gris, que deambulan sin fe por entre las penumbras. A perdición, se saben agónicos y muy humillados, pobres decaen por la miseria. Permanecen a todas horas con el viento, revolcados bajo su ofuscación. De otra semejanza, ellos andan por los callejones como sombras y siguen a pie hasta desembocar en las plazas. Mal allí, unos de ellos deciden ir al fondo arquitectónico y optan por ubicarse en los escaños metálicos para ver pasar sus depresiones, así que apenas consiguen estarse todos acostados, sumidos en la meditación, se ensimisman en sus recuerdos y de súbito a impresión, repercuten en las agonías. Menos desiguales, los otros viejos pobres, vagan por los senderos contaminados. Todos malucos, padecen por ahí en la intemperie sucia, sufriendo el repudio de los hombres soberbios hasta la ruindad. Después ellos caen al suelo y mueren en el desamor, junto con esta debacle mundial.


Semblanza del autor:

Rusvelt Julián Nivia Castellanos nació en Colombia. Es comunicador social y periodista por la Universidad de Tolima.