Pijamadas

Patricio Scarfo

Mira dentro suyo y la imagen de la niña que una vez fue, sonríe mientras le lanza una almohada a una de sus amiguitas. Su madre le ha organizado una pijamada para festejar su cumpleaños número nueve, está feliz, radiante y disfrutando del mejor día de su vida. Momentos que trata de no olvidar.

Sandra continúa con sus gemas azules cerradas y piezas de un rompecabezas de ensueño se arman en su mente. Un grupo de niñas desperdigando risas, chismes y palabras de enojo forzadas mientras aguardan la cena, pero, sobre todo, el postre. Luego llega la noche y las pequeñas se zambullen en colchonetas, se acuestan para no dormir, mientras cuentan historias de terror sin saber que muchas veces el terror puede llegar a alcanzarte. 

Recuerdos… después observa a su alrededor y el mundo alterno la sacude. El ayer y el hoy chocan y largan chispas. Pijamada obligada. Son quince. Están todas juntas tiradas en una habitación repleta de colchones viejos, sucios y testigos de historias tristes y trágicas. Encerradas tras cuatro paredes que solo ofrece como distracción, una diminuta ventana que les muestra el patio trasero del establecimiento.

La puerta de la habitación se abre y la lotería da inicio, Sandra contiene la respiración mientras sin ningún tipo de pudor, aguarda no ser ella la seleccionada. Con ojos inyectados en sangre, ira y alcohol el jefe dice… Beatriz. Sandra suspira, ha ganado tiempo. Por un rato no será ella quien caiga en los tentáculos de la depravación. Usa ese tiempo y escapa de su realidad…

Tiene trece años y su única preocupación es ese niño de pelo rubio que no se fija en ella. Se siente fea. Maldita ironía, hoy daría lo que fuera porque su cuerpo espantase a los hombres. Escucha los gemidos fingidos de Beatriz y su presente la abofetea. También oye sonidos guturales de un hombre que se ha transformado, por escasos minutos, en un animal que sacia sus más primitivos instintos.

Luego el silencio marca el fin del acto. El cliente volverá a ponerse su máscara, se irá y esconderá su otro yo. Para Beatriz, Sandra y las demás, sin embargo, solo les queda su vida de mierda. Esa que no eligieron, esa que las devora, esa que entregan en cuotas a desconocidos solo por dinero. Un dinero que rara vez ven. Al llegar la noche la puerta se hace giratoria, el bolillero no para de dar vueltas y sacar nombres. Indefectiblemente llega el turno de Sandra. Es hora de “trabajar”. Se maquilla por enésima vez, cubre sus cicatrices, su angustia y camina por el pasillo que la conduce cada día un poco más a su prematura muerte. Esa que desea fervientemente y que no es capaz de conseguir por sí misma. Otra noche más. Giro eterno. Monotonía de sexo obligado que sobrelleva con alcohol y pastillas.

Las despierta un grito de horror, varios alaridos en realidad. Sandra intuye que habrá de tener una nueva compañera y efectivamente esto se concreta cuando la vieja Lorena abre la puerta y con furia tira hacia adentro a una chica. 

–Cállenla o la van a ligar ustedes también –dice la madama.

Es Sandra quien primero nota que la recién llegada es tan solo una niña. Flaca en demasía, está sucia y su ropa denota una pobreza extrema. Tratan de calmarla, pero es en vano. Se encuentra aterrada y sus ojos reflejan el dolor que Sandra conoce de sobra. Entre todas la arropan, le mienten y le dicen que todo estará bien. Finalmente se duerme.

Sandra la mira y el mundo alterno regresa, se ve a ella misma. Rememora esa fiesta a la cual nunca debió ir, siente en su boca el trago que nunca debió beber, recuerda a ese hombre del cuál nunca debió enamorarse, vuelve a experimentar aquella noche de bifurcación. Recuerda… porque eso la lastima, le causa dolor y ella necesita ese dolor. Se ha acostumbrado a él.

La puerta se abre y la saca de su ensoñación, ve con horror y resignación a los cuatro jinetes del apocalipsis (así se hacen llamar) y su alma se encoge. Tanto ella como el resto saben lo que eso significa. Iniciación. No se han tardado nada, por lo general se demoran unos días en aparecer. Le dan respiro. Esta vez no. Se la llevan a la rastra y algunas de las chicas (Sandra incluida) rompen en un llanto silencioso, mientras que las más veteranas solo sacuden su cabeza en señal de congoja.

Pasan unos minutos y comienzan a oírse los aullidos de la pobre chica. Son desgarradores y muy elocuentes sobre lo que está aconteciendo. Son dagas que penetran en los tímpanos de Sandra y que le taladran su cerebro. El tiempo se halla estacionado en un andén abandonado y se niega a moverse, mientras que los gritos en cambio se suceden con frecuencia de hora pico. Metida en esa especie de purgatorio, a Sandra le es imposible no retroceder en el tiempo…

Aterriza en su propia iniciación y aunque a salvo, de igual manera el terror la envuelve. Primero se turnaron, de a uno se sirvieron de ella. Luego eso no les bastó y los cuatro decidieron disponer de su cuerpo al mismo tiempo. Garrapatas, sanguijuelas, alimañas, monstruos, “hombres” que la consumieron hasta el hartazgo. Le pegaron, la humillaron, la rompieron y se volvió fragmentos de lo que alguna vez fue. Y lo peor… le dieron un pase directo hacia el infierno. Más tarde, Sandra por fin oye el tan ansiado silencio y vuelve a su realidad. Para la nueva mientras tanto, comienza el fin y el inicio del calvario.

Cuando la nueva llegó de la iniciación estaba toda rota, tanto física como mentalmente. Tenía la cara hinchada de tantos golpes, los labios inflados, repletos de cortes y cicatrices de lo que parecían ser mordidas. Sus ojos y sus lágrimas se ocultaban bajo dos pedazos de carne deformes que latían, quizás más que su propio corazón espantado.

–Me llamo Carmen –dice entre sollozos.

Son sus primeras palabras desde que ha llegado. Sus heridas visibles han desaparecido tras dos semanas desde su iniciación, aunque no por completo. Le cuenta a Sandra que viene de un pequeño pueblo del Chaco, que tiene seis hermanos mayores y que sus padres la enviaron a una casa de familia para trabajar como mucama. Se perdió y un hombre la “ayudo” a encontrar la dirección. El resto es historia. Una más. Una de tantas.

Sandra mira a Carmen mientras esta se desahoga y nota una extraña sonrisa en su semblante.

–¿Estás bien? –Le pregunta.

Carmen se toma su tiempo para contestar, mira el cielo por la ventana, luego dice:

–Si, claro. Hoy me voy.

Están todas listas para iniciar su rutina, la noche está despertando y con ella su ajetreo. Un par de chicas van primero. Sandra, mientras tanto, no puede dejar de mirar a Carmen y de preguntarse qué le habrá querido decir. Es una noche tranquila, Lorena penetra en la habitación y se dispone a tomar por el brazo a Carmen, sin embargo, esta se suelta y decide ir por su propia cuenta. Sandra la observa partir sin saber que el horror está a punto de desatarse.

Les hiela la sangre, se quedan petrificadas del miedo. Han oído un grito de espanto que proviene de una de las habitaciones que sirven como “oficina”. Es un alarido extraño que las perturba. Sandra y las demás están acostumbradas a los gritos, a los aullidos, pero nada como lo que acaban de oír. Se apiñan todas y se abrazan en medio de la habitación, comprenden que algo fuera de lo común está ocurriendo. De repente se sobresaltan y expulsan también ellas un grito de horror cuando la puerta se abre. Es la vieja Lorena. Lleva en su rostro un terror inaudito.

Una enorme sombra surge detrás de ella, la engulle y de súbito Sandra incrédula ve como la cabeza de la madama sale volando a raíz de un zarpazo de una enorme y peluda mano. El cuerpo decapitado permanece un instante parado en su lugar, luego se desploma y mancha el suelo de rojo. El monstruo mira sin mirar al grupo y luego se gira y se pierde por el pasillo. Sandra aguarda unos instantes y luego sale despedida pues ve la oportunidad de escapar. Corre por el laberinto repleto de habitaciones y de repente sus pies se topan con lo que parece ser un hombre. Tiene el rostro carcomido y su cuerpo con varias marcas de arañazos profundos y sanguinolentos. Lo reconoce, es un antiguo cliente. Pasa sobre él, lo escupe y sigue camino. 

Llega al recibidor y un silencio sepulcral e inesperado la recibe, pero este se rompe de imprevisto cuando unas detonaciones y unos gritos surgen. Sandra observa a Peste y a dos de sus subordinados, que salen retrocediendo desde la cocina, mientras disparan a mansalva hacia la gigantesca criatura peluda. Esta sin embargo hace caso omiso de los disparos y va directo hacia ellos. Clava sus colmillos en el cuello de uno de los patovicas y le arranca un pedazo de carne, se lo traga y luego le introduce sus garras por la boca. Sandra es incapaz de huir, está atornillada ante lo que ve. El monstruo se deshace fácilmente del otro mediante un manotazo que le cercena la garganta y acto seguido va a por el jefe. Sandra de repente se pierde en los ojos del hombre lobo y percibe en ellos no solo ira sino que además cierto disfrute y anhelo de venganza. Se da cuenta…Los seis hermanos, la mirada por la ventana. Todo está ahí.

“Peste” trata de resistirse, pero tiene a la bestia encima y esta lo despedaza de a poco. Lo muerde con furia, pero teniendo mucho cuidado de no afectar órganos vitales. El hombre larga alaridos de dolor que a Sandra le suenan como música celestial. 

Finalmente, la mujer reacciona, busca la puerta de salida y se apresta a huir. Mira por última vez al monstruo que está a punto de morir y sonríe. Después lleva sus ojos hacía Carmen y con un gesto con la cabeza le da las gracias. Sale y la luna llena le da de lleno en el rostro. Un aullido resuena, Sandra ríe y luego se pierde en la inmensa y oscura ciudad.

Carmen en su versión animal sale del prostíbulo, olfatea el aire y los busca. Percibe sus aromas aun a la distancia. Larga un aullido y luego también se pierde en la inmensa y oscura ciudad.

Semblanza del autor:

Mi nombre es Patricio Scarfo y soy de Argentina.  Tengo 43 años y escritor de cuentos de terror y autor del libro llamado Cuentos de un martes 13 surreal y en breve sale Pesadillas 19/78. Soy fanático de Poe y Agatha Christie. Mi Instagram es @pato_y_pato y mi Facebook Patricio A Scarfo.