Sirena del abuelo

Carlos López Ortiz

El viaje pareció tener un efecto milagroso en mi abuelo. En cuanto nos subimos a la camioneta y tomamos la carretera, el abuelo no pudo disimular la alegría que le causaba volver a encontrarse con su vieja pasión: su vieja vida. Mientras manejo, no deja de contarme historias de su infancia y de lo mucho que le hacía falta volver a los lugares donde pescó en el mar de Cortés.


Vivo con mi familia en el estado de Chihuahua, pero mis abuelos paternos son originarios de un pueblito costero muy pobre del estado de Sonora. Abandonaron sus raíces para darle una mejor vida a sus hijos. Desde entonces, mi abuelo no ha vuelto al mar y, según me han contado mis tíos, se hizo más solitario, como si su mente siempre estuviera en otra parte y no fuera consciente de lo que vivían en ese momento. Pasaba menos tiempo en familia y más en el trabajo; incluso, mi abuela llegó a pensar que tenía otra familia o estaba enamorado de otra mujer.

     Sin embargo, no fue así conmigo. Cuando era niño solían llevarme mucho a la casa de los abuelos, mis padres trabajaban tanto que apenas los miraba. Mi abuelo me enseñó muchas cosas y nunca faltaron las historias de cuando fue pescador. Por eso mi abuelo y yo fuimos muy unidos.


Al llegar al muelle, el sol se afianza en un cielo sin nubes, iluminando el mar azul. La brisa marina nos salpica la cara y nos refresca un poco. Le muestro al abuelo el pequeño yate que alquilé que está junto una flota alineada de pequeños barcos pesqueros amarrados. No puedo dejar de ver su enorme sonrisa. Eso me da un gusto enorme, pues he cumplido mi promesa.

     Recuerdo esa tarde: regresaba de un partido de futbol. Como la abuela estaba haciendo de comer, salí al patio de la casa para saludar al abuelo. Lo encontré leyendo un libro, ya gastado, sobre sirenas.

—Ay, abuelo, ¿A poco crees en eso?

     Su semblante se tensó, permaneció en silencio un rato y con toda naturalidad me respondió:

—En este mundo no hay nada comparado con el canto de una sirena. 

     No supe qué decir.

—Hace mucho tiempo, cuando tu padre aún era un niño, salí a pescar con algunos familiares y amigos. Casi siempre lo hacíamos en los mismos lugares, pero esa noche nos alejamos del lugar al que acostumbrábamos ir. Aún recuerdo aquella noche: la luna apareció en lo alto del cielo; había salido de entre las nubes y se reflejó en el agua; parecía un horrible ojo que nos observaba desde la inmensa oscuridad. De pronto, se comenzó a escuchar a lo lejos su sonido, un canto, como si alguien estuviera entonando una melodía que a la que ni el mejor cantante se le aproximaba. No sé cómo explicarlo, ¿sabes?, era algo tan hermoso, pero a la vez desconcertante. Me decía que fuera nadar y me invitaba a sumergirme en el mar abierto. No me daba miedo, porque sentí mucha paz. Me acerqué a la orilla del bote y pude ver una luz. En el agua parecía una figura esbelta, como de mujer. Iba a saltar, pero los demás me detuvieron a mitad de mi trayecto y regresamos rápidamente a la costa, dejando atrás aquello. Sé que era una sirena. Desde entonces, no me dejan volver al mar.

     Mi abuelo se quebró. Sentí pena por él. Lo habían alejado de su pasión solo por una alucinación.

—No te preocupes, abuelo; algún día yo te llevaré al mar.


Zarpamos del puerto, bajo un cielo despejado, la brisa agradable y un mar tranquilo. El día se presentaba fantástico para pescar con caña.

     Cae la tarde y el velero emprende el regreso a puerto a toda velocidad. En cuanto la oscuridad cubre el mar y aparecen las estrellas, la maravillosa tranquilidad del mar se esfuma; ahora la vastedad del océano comienza a parecer aterrorizante, aun cuando se encienden las luces de la cubierta ya que no se ve nada en lo absoluto, ni la separación del horizonte entre el cielo y el mar.

     Repentinamente, un fuerte golpe en el bote nos toma por sorpresa. El capitán apaga el motor, mientras sus ayudantes intentan descubrir la causa, pero las luces solo alumbran la cubierta del barco, así que no pudieron ver más allá de donde están parados. Alguien ve flotando en el agua un pedazo de madera. Encienden un reflector que, con su potente luz, ilumina la superficie del agua: restos de un bote pesquero por todos lados.

     Antes de separarme de mi abuelo, intercambiamos una breve mirada; también quiere asomarse, pero le aconsejo que mejor permanezca sentado en la silla plegable y me hace caso. Entonces atisbo por la borda y escudriño las aguas. Toda la tripulación guarda silencio; uno de ellos cree escuchar un grito a lo lejos. En eso, escucho algo parecido a un rugido.

—¡La sirena, la sirena ya viene por mí!

     El abuelo parece haber caído en un trance. El mar se agita con más violencia. Alguien señala hacia un punto en el abismo negro en que flotamos. Distingo varias luces azules, muy brillantes, que van ascendiendo a gran velocidad hacia la embarcación. Cada músculo de la cara se paraliza cuando me doy cuenta de que es un animal de proporciones inmensas. Por instinto, nos alejamos de la borda, menos un marinero que actúa como poseído. Escucho más fuerte ese canto, entre grito y rugido, que produce ese inmenso animal.

     Alguien grita:

—¡Cúbranse los oídos!

     Obedezco. El marinero que está en la proa salta al agua. En eso, aquella criatura realiza un salto vertical: su imponente masa corporal se eleva fuera del agua tomando al marinero entre sus mandíbulas. 

     Me quedo aturdido un momento, incapaz de comprender lo que acabo de ver. A pesar de la rapidez de lo sucedido, noto que el animal tiene una coloración negra verdosa en la parte de arriba y blanca en la de abajo; tiene una aleta dorsal que recorre la longitud de su espalda, así como dos enormes aletas pectorales que le deben servir para dirigir su inmenso volumen. Calculo que debe medir siete u ocho metros.

     De pronto, el capitán grita desde la cabina:

—¡Hombre al agua!

     Me acerco a la orilla de la cubierta. Veo con horror al abuelo, flotando en el mar.

—¡Una soga! ¡Una soga! ¡Un salvavidas! —grito con desesperación.

     Sin darnos tiempo, aquel ser abismal engulle a mi abuelo. Incapaz de hacer algo, caigo de rodillas y contemplo cómo aquel monstruoso ser desaparece en las profundidades del inquieto mar.


Semblanza del autor:

Uriangato, Guanajuato, 1977. Autor de los libros: Voces del tiempo (2003), El vado de la carreta: Leyendas de Uriangato (2020). Fuera de Control (2021), novela. T’arhetskua: Danzante, (2022).