Tiempo compartido

Manuel Mörbius

El viaje es apenas el inicio de un sueño. La sensación de que no existe la realidad se reitera en cada nivel de las células junto con la pesadez de la mezcla pegajosa que se adhiere al tiempo. Por miles de segundos, que no terminan de formar minutos, la situación puede volverse más menos “normal” o, de menos, estable. Llegamos envueltas en capullos que vibran en silencio mientras eclosionan. Recibimos ayuda del personal de arribo y lo primero que vemos es un bosque. Allí nos orientan los asistentes con las primeras indicaciones: no comer nada durante la primera hora de estancia y usar en todo momento un gel que permita estabilizar las células del cuerpo. Alcanzo a ver el grafiti en las paredes de concreto que moldea el territorio con mantras e inscripciones en un lenguaje gráfico repleto de advertencias apócrifas: ¡Vacas sagradas!

 Se nos asegura estar en un ambiente de privacidad y tranquilidad donde podremos disfrutar de la experiencia sin contratiempos. Cada viaje conlleva una extravagancia difícil de describir por su complejidad, y podríamos tener problemas relacionados con la “adherencia”. Por ejemplo, victimas del síndrome de Pompeya, quedar fijas en el desastroso estambre cósmico, lo que nos dejaría mineralizadas a causa de los residuos de materia oscura. 

Es de noche y los árboles del bosque producen una fluorescencia latente. De esa manera, más o menos nos hacemos una idea de los procesos biológicos en esta línea temporal. Las visitantes no podemos tomar muestras ni analizar el entorno, ya que eso se consideraría un crimen. Todo el tiempo se nos dice que estamos aquí para garantizar la sobrevivencia de la especie, que cuidarán bien de nosotras. 

Existen acuerdos que permiten intercambios de gente entre las líneas de tiempo del año 2030 y la del 2208: solo viajan mujeres al futuro, y los envíos de regreso únicamente llevan hidratación y oxigenación necesarias para sustentar al número de crías engendradas en dicha línea temporal. En resumen: a nosotras nos sacan a tomar hidrógeno para que los periodos de ovulación y gestación tengan lugar; de regreso, únicamente se llevan a la nueva generación fortalecida, capaz de sobrevivir a las inclemencias de nuestra época. 

Pero las políticas de restricción no ocultan el hecho de que, a veces, hay retrasos en los envíos de vuelta y, por razones desconocidas, terminamos pariendo mutantes que debemos entregar para su “readaptación”, lo que sea que eso implique.

No hay repuestas al por qué esto sucede. Lo único que se nos dice es que son incompatibles con la configuración espacio temporal. Nosotras obedecemos porque el 2208 ha establecido su imperio sobre el 2030 desde el primer arribo, justo en el momento en el que los sistemas habían colapsado por la guerra nuclear. 

Nos llevan a un lugar reconfortante donde se nos asigna una Ike—espacio adecuado con todas las comodidades para la inseminación—. La IA nos da un breve recorrido de retrospección donde se me aplica una inyección que promete regenerar mis células y que, dadas la radiación y la desnutrición, debería reestablecer mi salud. 

La visa de viaje temporal es otorgada únicamente si el futuro comprueba que moriremos violentamente. Todas las viajeras somos seleccionadas por nuestra falta de trascendencia en eventos de impacto universal, asegurando gestantes anónimas, vientres desechables y, aunque esto nos hace sentir desasosiego, se nos cuida como “las madres del futuro” que, al menos por un momento, tendremos una vida tranquila y el recuerdo de haber salvado la carne sincropoyética conocida como tempo-manidad.

Me recuesto en una cama muy suave, mucho mejor que los catres de los albergues. Los muros son relajantes y el entorno genera mucho confort. La IA me explica cómo se lleva a cabo el procedimiento y todo el tiempo estoy despierta mientras recibo la incómoda sensación que se mueve dentro. El criadero viene con adelantos que la IA sabe que yo no entiendo. Los asistentes humanos corroboran signos vitales y llevan el registro en sus dispositivos de seguimiento. Mientras tanto, pienso: es agua y comida. Es agua y comida. 

Afortunadamente termina rápido. 

            Tomo un suspiro en la sala de reposo.  

            Y entonces todas las luces se apagan. 

            La IA advierte que las instalaciones deben ser evacuadas. 

—¡Es una invasión! —escucho decir a una asistente—. ¡Elimínalas! Es la única solución.

Creo que estoy adormecida porque todo parece ralentizado. El deseo no se mueve a la par de las figuras, ni en espacio ni en forma; es un eco material muy lento. La IA me embiste con la aguja. Alcanzo a esquivarla dejándome caer entre un muro y la cama. Uno de los asistentes está por alcanzarme, pero al momento entra una enorme bestia con el tórax atravesado de nervios brillantes. De su espalda brota un capullo con el que se lleva a otras viajeras. Intento gritar, pero creo que una anestesia recorre mi cuerpo. Las pinzas de la bestia parten en dos al asistente. 

Me digo a mí misma que esto no es real. 

Las criaturas, con las tenazas al aire, celebran el ataque y escucho sus consignas:

“¡Mutantes somos! ¡Mutantes seremos! ¡No más futuro para los invasores!”

Se llevan con cuidado a las viajeras levantándolas una a una de sus camas. Después de destrozar al personal del criadero, acuerdan regresar a lo profundo del bosque. 

Cuando logro incorporarme, en el suelo veo cadáveres mutilados que no alcanzo a comprender. Personas que por dentro parecen arácnidos lechosos yacen extendidas entre pliegues de estambre cuajados con piel humana. Miro a los alrededores. Solo encuentro archivos en un lenguaje irreconocible. 

Poco después, una explosión lejana apaga la bioluminiscencia de los árboles. De pronto, casi mágicamente, la noche es reemplazada por tres hermosos soles.

La vista es abrumadora. Pienso que, después de todo, quizás no vaya a disolverme en un río de paradojas temporales. Pero ahora me aterra pensar dónde estoy y qué se está gestando en mi vientre.


Semblanza del autor:

Manuel Mörbius (1984). Ciudadano de composta biomecánica, licenciado en sociología por parte de UAM-Xochimilco (error 404 de dicha institución). Escritor de ciencia ficción e investigador independiente en los tiempo muertos de la morgue. Editor de Arte-facto (publicación literaria que cobró vida en 2004 y se pudrió en 2014). Colaborador de Clandestina, espacio de rebeldía en el barrio de Santa María la Ribera. Productor de radio y medios digitales. Integrante del Seminario de Estéticas de Ciencia Ficción, CENIDIAP, INBAL, donde participa investigando la ciencia ficción y sus relaciones con el arte sonoro y la música.

Mención honorífica en el XXXVII Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción, Puebla, con el cuento El ultra sonido de Coatlicue.


Libros publicados:

Antología de cuentos de ciencia ficción, Necropolítica (2022), por Editorial Camino, (Chile).