¿Y cuando todo esté inventado?

Fernando Reza Gallegos

La vida puede ser peor que cualquier pesadilla

Stephen King

Aún recordaba cómo Emilia y Jonás veían la pantalla totalmente despreocupados, sentados en su cómoda sala, abrazados como la pareja de una postal.

El futuro llegó hoy señoras mías, señores míos decía el hombre del televisor.

Aquel hombre, el genio visionario de la generación, el magnate empresarial y líder tecnológico más importante que había visto el siglo, un hombre bajito, de dentadura reluciente y sonrisa perpetua que parecía estar cocida a su rostro, de cuerpo pequeño y delgado, encorvado, poco pelo y cano, y que siempre parecía vestir lo mismo un suéter de lana beige remangado, unos deshilachados jeans, toda una figura disruptiva de la moda… ese era Amadeus Pávlov. El mismo que había traído al mundo tantos avances en tan poco tiempo, del que la gente esperaba que su próximo gadget o descubrimiento nos llevara al mundo de Star Trek.

—¡Tal vez el avance más importante de nuestra generación! Continuaba Pávlov—. Una cura a los dolores del alma, la soledad y el aislamiento Un servicio de ayuda que ofrece apoyo y atención en las tareas del hogar y la oficina. Que nunca más volverá hacer sentir a un humano que no tiene con quien hablar. Les presento a nuestro asistente personal: la OAE.

Emilia y Jonás separaron sus asientos del cómodo sillón para acercarse más a la pantalla, como lo estaba haciendo el público en la transmisión en vivo en la sala donde se encontraba Pávlov, al ver salir de entre las cortinas del gran escenario a un pequeño niño con el cabello revuelto, mejillas rosadas, piernas delgadas y una sonrisa tierna que parecía una caricia a la vista.

OAE es una función holográfica que se conecta con todos los aparatos de la casa y la oficina decía Pávlov, ante una atónita audiencia—. Rompiendo las barreras de la imagen y nuestro mundo sensorial, el servicio de asistencia OAE no es proyectado por cañones de luz o lentes reflectores. Su alta tecnología permite la creación holográfica espontánea. Además, reacciona al tacto.

Pávlov extendió la mano. El niño la tomó, apretándola con fuerza, ante los gritos de asombro y aplausos, y ambos levantaron las manos entrelazadas en alto.

Emilia se tapó la boca incrédula sin despegar la vista del televisor, con su mano libre buscó la rodilla de su esposo, apretándola con fuerza.

¿Te imaginas? Le dijo la mujer en un tono débil, casi susurrante.

Jonás la miró con una sonrisa compasiva y después clavó su mirada en la pantalla.

Es un mundo nuevo dijo él, perdiéndose entre sus pensamientos.

 

En la primavera, Jonás caminaba al trabajo, con toda la prisa y desesperanza que ello conllevaba, como en movimientos autómatas. En el metro, justo al lado de las taquillas, observaba cómo una docena de niños y niñas OAE ayudaban a los usuarios recibiendo las tarjetas de pasaje.

Jonás caminó hasta un niño regordete, vestido de uniforme azul, quien le extendió la mano para recibir la tarjeta.

Que tenga un maravilloso día, mi señor le dijo el niño OAE con una sonrisa de oreja a oreja, un timbre de voz tan dulce que parecía al cantar de un pajarillo.

Jonás asintió, incómodo.

Caminó hasta el interior del andén, donde las pantallas en la parte superior de las estructuras anunciaban comerciales de todo tipo y más de un transeúnte se detenía atontado a verlos para checar las ofertas del mundo—, y se abrió paso a codazos hasta que llegó a la puerta del metro, que estaba por cerrarse. Pero entonces una pequeña mano la detuvo de golpe con una impresionante fuerza.

Pase, mi señor dijo una niña OAE en el interior del vagón.

Vestía un uniforme rojo y le dedicaba una amplia sonrisa a Jonás, Pasó de largo.

El metro, conducido por un regordete niño OAE, avanzó.

Como cada navidad, Emilia solía ponerse más nostálgica de lo normal. Esos días de vísperas festivas, Jonás intentaba llegar más pronto de lo habitual a casa para hacerle compañía a su esposa.

Aquel día, entró a su casa, que se hallaba en una extraña penumbra, todas las luces apagadas, los aparatos desconectados, ni siquiera el asistente de voz estaba activado… Jonás cerró la puerta tras de sí y caminó en medio de un silencio que se negaba a romperse, aun al subir por las escaleras viejas de madera que rechinaban al posarse en ellas. Muy despacio, llegó hasta el piso de arriba, y abrió la habitación especial que ambos tenían

Tal como había imaginado, dentro de ésta, en medio y sentada en el suelo, estaba Emilia.

La mujer parecía completamente abstraída por sus pensamientos, tarareando una dulce y saltarina canción, rodeada de cajas repletas de muchas chucherías guardas con recelo tiempo atrás. Emilia no se percataba de la presencia de Jonás, le sonreía a un pequeño mameluco color vainilla, y parecía contener un suspiro.

¿Amor? Preguntó con suavidad Jonás, colocándose tras ella

Emilia giró con lentitud y se encontró con su mirada.

Perdona, amor se disculpó la mujer, volviendo a poner el mameluco en su caja—. Estaba limpiando y me puse a ver estas cosas.

Emilia se frotó los lagrimales, avergonzada, y tras dirigirle una sonrisa enternecedora a su esposo, se incorporó y salió de la habitación espacial.

Jonás se agobió al ver de nuevo aquellas cajas afuera, sintió pena e impotencia.

Se agachó para colocar las tapas de cartón a cada uno de aquellos baúles de recuerdos y se detuvo en una vieja foto de Emilia y él. Jóvenes, sonrientes, rebosantes de felicidad, y la gran panza de embarazo de Emilia, frotada con recelo. Aquella era la foto que Emilia había mandado a enmarcar antes de que todo ocurriera y la primera que Jonás había ocultado en la caja cuando todo ocurrió.

Cada año Emilia volvía a ella, desenterrando esos recuerdos.

 

Jonás bajó a la cocina. Observó cómo su mujer, de espaldas, cocinaba el estofado del día.

¿Aún quieres ser mamá? Preguntó Jonás.

Emilia se giró, lo miró.

No podemos, amor le dijo—. Yo no puedo.

Jonás comprobó la pena con la que su esposa dejaba de verlo y volvía a concentrarse en su tarea.

 

Tan sólo una noche más, y Jonás ya estaba marcando el teléfono que había visto tantas veces en todos los anuncios comerciales. La voz de un asistente virtual, una voz diseñada y fabricada para sonar como Amadeus Pávlov, le contestó Se le erizó el vello de la nuca.

¿Servicio de asistentes OAE? Preguntó la voz de Pávlov al otro lado del teléfono.

Me gustaría solicitar un niño OAE dijo Jonás—. ¿Puedo personalizar su apariencia?

En el mundo de hoy le respondió la voz todo es posible para nuestros usuarios.

En año nuevo, Emilia se acercaba a la entrada para atender el llamado a la puerta.

Jonás se asomó desde la cocina, nervioso, con café en mano, expectante de la reacción, sintiendo que el corazón le latía a una preocupante velocidad.

Se abrió la puerta de par en par. No había nadie.

La luz de la entrada principal, la que estaba conectada a la red, se encendió de color verde, anunciando la sincronización, y ante los ojos atónitos de Emilia, en el recibidor de la casa, con una tenue luz azul, se fue formando la silueta de un niño. Era pequeño, delgaducho, con traje escolar, y con los ojos verdes de Emilia.

El niño OAE sonrió una vez se hubo formado.

No puede salir de casa explicó Jonás a una maravillada Emilia, cuyos ojos se empezaban a humedecer—. Está conectado con nuestro servicio, recuerda, sólo puede proyectarse dentro de la casa.

Emilia abrazó a su marido por el cuello, mientras las lágrimas comenzaban a escurrirle, sabiendo lo que significaba, y le agradecía.

 

Los días pasaban y Emilia parecía ser la mujer más feliz del mundo.

Hay que batirlo con más fuerza dijo la mujer, soltando una carcajada, y tomando al niño de la muñeca.

Ambos se hallaban en la cocina, frente a la barra, con el desorden propio ante ellos, bolsas de harina y recipientes.

El pequeño intentaba batir la concentración de harina.

Mucha más fuerza, entiendo decía, dirigiéndole una sonrisa a Emilia, encontrándose con aquellos ojos que parecían réplicas de los suyos.

Jonás miraba desde la puerta de la cocina la escena. Emilia siempre había querido enseñarle a cocinar a un futuro hijo. Y casi le habían arrebatado ese sueño.

Las noches eran tan tiernas que a menudo parecían una ensoñación.

En la sala, en un cómodo sillón, se veía en esta ocasión la película de Pinocho. Jonás abrazaba a su esposa, que había depositado su cabeza en su hombro, sintiéndose protegida, y en las piernas de ella el niño, que parecía amodorrarse a esas horas de la noche. Era el cuadro de una familia feliz.

Emilia soltó una carcajada, y pedía a Jonás que la acompañara.

—Vente cielo, ponte junto a Jonasito dijo la mujer mientras sostenía la cámara.

El niño OAE vestía un traje de marinerito especial mandado a hacer por Emilia, posaba con una expresión dulce e inocente frente a la sala.

Jonás intentó devolver la sonrisa a Emilia, que parecía maravillada, mas no pudo devolvérsela al niño. Se limitó a acercarse y se puso a su lado.

Emilia tomó la foto, maravillada.

Jonás no sabía que aquella foto la enmarcaría y la pondría sobre la chimenea. Se habría negado de saber que la bizarra imagen se colocaría, hipotéticamente, donde estaba la foto oculta de la caja en el armario. Aquella foto que auguraba una familia real y feliz.

 

Durante toda la primavera el humor de Jonás se volvió más irritante.

Le causaba mucha desesperación ver a su mujer dedicar horas del día a sentarse en la sala con el pequeño niño sentado en su regazo, peinándole durante tanto, tanto tiempo.

¿Es que no te piensas mover? preguntaba Jonás, irritado, mirando el inquietante cuadro.

Emilia no solía decir mucho, sólo le dedicaba una mirada de decepción, y continuaba peinando al pequeño de ojos verdes.

 

Una calurosa noche Jonás se despertó sobresaltado y con la cara sudorosa, y girándose, se sorprendió al encontrarse sólo.

Jonás caminó hasta el antiguo cuarto especial de ambos, ahora lugar de “Jonasito”. La casa estaba en total penumbra, menos este cuarto, que dejaba escapar luz del interior por el marco de la puerta entrecerrada.

Dentro, la angustiante imagen de Emilia, viendo dormir a Jonasito en su cama.

La mujer se giró a ver a su esposo y le dedicó una triste sonrisa.

Es un ángel cuando duerme dijo la mujer.

No está durmiendo contestó Jonás—. Tiene programado un horario.

Se parece mucho a ti siguió la mujer sin prestarle atención.

Por algún motivo escuchar aquellas palabras le causaba un asco impresionante a Jonás.

Ya en otoño Jonás no podía contener todo el enojo y la frustración.

Mira nada más cómo te ves le reprochó Jonás a su mujer, que estaba en la mesa dando de comer en la boca a Jonasito—. ¡No te has aseado en tres días! ¿Qué demonios te pasa?

Emilia no dijo nada Continuó dándole de comer al niño.

 

Jonás aprovechó un momento en que Emilia había caído dormida en el sillón y tomó a Jonasito de la muñeca.

Ya estoy harto dijo, arrastrando al niño. Y, abriendo la puerta, lo empujó hacia el exterior causando que el niño se desvaneciera en un halo de luz.

Justo al girar, vio a su mujer de pie en la sala, clavándole una extraña mirada.

¿¡Qué estás haciendo con tu hijo!? —dijo la mujer, e inmediatamente fue tras su esposo, propinándole un par de cachetadas mientras los ojos se le inundaban de lágrimas.

Jonás la abrazó por la espalda, intentando contenerla, y le pidió que se tranquilizara.

Emilia rompió a llorar.

 

Aquella noche, la mujer parecía estar en estado catatónico, viendo al vacío. Jonás aprovechó para meterla en la tina y bañarla. Sentía que el cuerpo de Emilia estaba más frágil y delgado que nunca, y ella parecía no sentir la esponja y el agua con la vista clavada en un punto muerto.

Al acabar, Jonás se incorporó para enjuagar la esponja en la tarja y escuchó a su mujer indicándole:

— Lo quiero de vuelta. Trae a nuestro hijo de vuelta.

 

No se sorprendió cuando a la mañana siguiente Emilia estaba acompañada de Jonasito en la cocina.

Jonás se sentó a la mesa, llevándose las manos a la cabeza, desesperado, sin saber ya qué hacer. Si su mujer recuperaba al OAE cada vez que él lo desconectaba, ¿qué seguía entonces? Jonás se sobresaltó al toque de una pequeña mano en su muñeca.

— Está todo bien, papi le dijo Jonasito.

Emilia lloró de felicidad, y Jonás sintió cómo el estómago le daba un vuelco.

Uno de los primeros días de invierno Jonás miró horrorizado cómo Emilia sacaba una de las cajas del ático, aquellas cajas especiales, y de su interior sacaba el pequeño mameluco cómo vainilla.

¿Qué demonios haces? le preguntó Jonás con temor.

Emilia, con su mirada apaga, mientras Jonasito aparecía a su lado y la tomaba de la mano, dijo:

Quiero ver si a Jonasito le queda esta ropa vieja.

Jonás lloraba de impotencia, tenía unas ganas de volver el estómago…

Es la ropa de nuestro hijo…

Sí convino ella—, de Jonasito.

El hombre se llevó las manos a la cabellera, intentando apaciguar sus pensamientos, y dirigió una mirada de odio al niño OAE.

Vámonos dijo, tomando de la muñeca a su esposa—. Necesitamos ir a hablar con alguien.

Emilia se sobresaltó, intentando soltarse de la manaza de su esposo, y tomando con temor la otra, la del niño.

¿Qué haces, Jonás? ¡Me lastimas! Dijo Emilia tratando de escapar.

Al ver cómo el niño agarraba con fuerza a Emilia, Jonás quería salir huyendo. Pero no podía dejar a su mujer con esa cosa.

Así que jaló cuanto pudo y abrió la puerta, su escapatoria.

Dio un tirón y otro, y su pareja y el niño cruzaron el umbral de la salida.

Pero ambas figuras, Emilia y Jonasito, desaparecieron.

Viéndose solo de repente, Jonás se quedó petrificado en la puerta.

Cayó de rodillas al suelo, sintiendo un fuerte dolor en el pecho y la cabeza cada vez más caliente. Y una imagen, un recuerdo, le atornilló la cabeza el de su mujer en un estado catatónico, y después postrada en la cama, y Jonás viendo con impotencia cómo su vida se marchaba. Aún recordaba la cama manchada de sangre cuando Emilia ya no resistió más. Recordó cuando habló por teléfono, llorando, y la voz de Pávlov que le contestaba al otro lado de la línea.

¿Puedo pedir la imagen de una mujer adulta? había preguntado Jonás aquella vez, con una voz apenas audible—. ¿Personalizarla? Yo… la necesito de vuelta. No puedo estar sin ella.

En el mundo de hoy le respondió la voz de Pávlov todo es posible para nuestros usuarios. No hemos recibido queja alguna.

Jonás estaba sólo, arrodillado frente a su casa, con la boca seca. Se paró y volvió a entrar, tomó el teléfono a toda velocidad. No podía estar solo. No lo soportaba.

Necesitaba a Emilia.

Necesitaba al amor de su vida a su lado.

¿Servicio de asistentes OAE?